3 corte de pelo para sanar heridas

Hace unos días decidí renovar mi cabello como un acto simbólico de renovación personal, un cambio sutil que representara mi deseo de sentirme diferente. No era un cambio drástico, solo un corte leve en las puntas para darle movimiento, pero manteniendo el largo que he llevado por años. Desde hace mucho tiempo acudo a la misma peluquera, siempre pidiendo el mismo corte: recto, largo, sencillo. Después de cinco años sin tocar mi cabello, pensé que este pequeño cambio sería refrescante.

Llevé una foto de referencia y le pregunté a la señora si sabía hacer ese tipo de corte, muy básico, nada complicado. Ella respondió con seguridad que sí, así que nos pusimos manos a la obra. Lavó mi cabello, me senté en la silla y procedió al corte. Todo parecía ir bien, hasta que dio el primer tijeretazo: un verdadero machetazo en mi cabello. Sorprendida, le pregunté si esa era la técnica que usaría, y me aseguró que sabía lo que estaba haciendo. Confíe en su experiencia.

Cuando terminó, me moldeó el cabello con el secador, y al mirarme al espejo parecía estar bien. Me sentí satisfecha en ese momento y salí del salón con tranquilidad. Sin embargo, con el paso de las horas, al desvanecerse el peinado, empezó a revelarse la verdadera situación: mi cabello estaba destrozado. Había cortes disparejos, por detrás y por delante, que parecían hechos al azar, con “machetazos” evidentes y sin ninguna armonía.

Esa noche me sentí devastada. Lloré muchísimo al darme cuenta de lo mal que estaba mi cabello. Al día siguiente, decidí buscar ayuda. Pedí recomendaciones y una de ustedes me pasó el contacto de un buen peluquero. Fui con esperanzas de solucionar el desastre.

Cuando llegué, el peluquero, una persona muy amable y comprensiva, analizó el daño y me explicó que dentro de lo que la señora había hecho, podía salvarse algo. Me senté frente al espejo y mientras él intentaba arreglar mi cabello, no podía evitar llorar. Me sentía profundamente afectada, especialmente porque para corregir el corte, él tuvo que quitar un poco más de largo del que yo estaba dispuesta a perder.

Tenía dos cortes en uno: adelante un escalonado improvisado y atrás una línea dispareja y desigual. Él hizo todo lo posible por equilibrarlo, pero aún así, no me sentía yo misma. Regresé a casa el viernes, todavía muy triste. Pasaron los días y no podía dejar de pensar en lo ocurrido; sábado y domingo me encontré llorando cada vez que me veía al espejo.

Finalmente, llegó el lunes y tuve una sesión con mi terapeuta. Le conté lo que me había pasado y cómo este evento, que para otros podría parecer insignificante, me había afectado profundamente.

Le conté a mi terapeuta que la señora no siguió el diseño de la foto que llevé como referencia; simplemente hizo lo que quiso. Cortó mucho más de lo que pedí y yo estaba en shock. No podía entender cómo algo tan aparentemente trivial como un corte de cabello podía impactar tanto mi autoestima, mi confianza, mi mente. Me sentía completamente desmoronada, profundamente triste.

Mientras hablábamos, le expresé algo que me rondaba la cabeza desde aquel día: como profesionales, tenemos la responsabilidad de ser honestos sobre nuestras capacidades. Yo, en mi trabajo como tarotista y limpiadora de energías, siempre soy sincera. Si sé hacer una lectura, lo digo; si no, también lo digo. Es un principio fundamental para mí, porque sé que está en mis manos cómo se siente la otra persona. Mi vocación implica cuidar la experiencia del otro, darle lo mejor de mí, porque mi labor es importante para ellos.

Llevé esa misma expectativa a la peluquera. Por eso llevé la foto, por eso le pregunté si sabía hacer el corte. Ella aseguró que sí, pero me demostró que no. No solo no pudo replicar el diseño, sino que dañó mi cabello y, con ello, una parte de mi confianza.

En medio de la sesión, mi terapeuta me preguntó: “¿Qué significa para ti tu cabello?” Esa pregunta me llevó a reflexionar profundamente. Le expliqué que mi cabello no es solo un aspecto físico, sino una extensión de mi identidad. Es algo que me representa y que cuido con dedicación. Y entonces, me lanzó otra pregunta: “¿Hay algún recuerdo o historia importante ligada a tu cabello?”

De pronto, algo se iluminó en mi memoria. Le conté sobre un momento que ocurrió cuando tenía nueve años. Durante unas vacaciones con mi papá, él me propuso algo que en ese entonces me pareció emocionante: “¿Te gustaría cortarte el cabello? ¿Ir a la peluquería?”

Nunca me había cortado el cabello antes, y la idea me entusiasmó. Recuerdo haber dicho: “Sí, papá, me encantaría.” Fuimos a la peluquería, y mientras hojeaba una revista infantil, elegí un corte que me pareció perfecto. La peluquera hizo el corte tal como lo quería, y me sentí feliz, radiante, como si hubiera dado un paso importante. Cuando llegamos a casa, le pedí a mi papá que me sacara una foto con mi nuevo look, y esa imagen quedó guardada en mi corazón como un recuerdo hermoso.

 

Esta foto, y ese momento, contrastan tanto con lo que me ocurrió ahora. Entonces, me sentí cuidada, entendida. La peluquera de mi infancia respetó lo que quería y lo hizo realidad. Hoy, me doy cuenta de cuánto esperé esa misma conexión y compromiso por parte de alguien que terminó defraudándome.

Nosotros, como niños, tenemos una lealtad inconsciente hacia nuestros padres, aunque no siempre comprendamos las razones detrás de sus decisiones. Así, cuando tenía nueve años y mi papá me llevó a cortarme el cabello, yo no sabía cuál era su motivación real. Simplemente me sentí feliz por la idea. Escogí mi diseño, lo vi realizado, y me sentí orgullosa. Sin embargo, dos semanas después, me enteré de la verdad: la peluquera era su amante.

Ese descubrimiento marcó un punto de quiebre. No solo porque comprendí el trasfondo de ese acto, sino porque coincidió con mi regreso a vivir con mi mamá. Apenas llegué a casa, mi mamá no contuvo sus palabras: “Te ves horrible, pareces una vieja culiá. Te cagaron el pelo. Eres una estúpida por haberte hecho ese corte. Fue una pésima decisión, y ahora vas a tener que esperar años para que te vuelva a crecer el cabello.”

Esas palabras me destrozaron. Tenía solo nueve años, y todo el orgullo, la alegría y la seguridad que había sentido al elegir mi corte desaparecieron en segundos. Mi mamá desmoronó mi identidad y mi autoestima con su crítica. No importaba que yo estuviera feliz con mi decisión, porque lo que ella dijo tuvo el poder de hacerme sentir lo opuesto.

 

En terapia, mi terapeuta me preguntó: “Rocío, ¿recuerdas algún otro episodio antes de los nueve años en el que te hayan hecho sentir así?” Mi respuesta fue inmediata: “Sí, cuando tenía cinco años.”
A esa edad, yo sufría de anorexia infantil, y mi mamá, de forma hiriente y abusiva, solía decirme: “Si no te comes la comida por la boca, te la vas a comer por el pelo.” A veces, si no comía, ella volcaba el plato de comida sobre mi cabeza. A través de ese acto, me hacía sentir que mi cabello era un lugar por donde debía ser alimentada. Esa dinámica se grabó en mi mente como una conexión dolorosa entre mi cabello, mi cuerpo y mi autoestima.

Al recordar esto, comprendí algo fundamental: para mí, mi cabello siempre había sido una extensión de mi identidad, un reflejo de mi seguridad. Cada decisión que tomaba respecto a él estaba impregnada de esa importancia.

Mi terapeuta me ayudó a entender que, desde pequeña, mi madre había reforzado esa conexión de una manera destructiva. Alimentarme “por el pelo” no solo era una forma de humillarme, sino que también me hacía sentir una ausencia profunda de mi padre. Energéticamente, dentro de la biodecodificación, la cabeza y el cabello representan la figura paterna. Así, el abandono emocional que sentía por parte de mi papá quedaba inscrito en cada uno de esos actos y en cada experiencia con mi cabello.

Esa sesión me permitió resignificar mi relación con mi cabello. Entendí que mi tristeza y mi frustración actuales no solo tenían que ver con un mal corte, sino que reactivaron heridas mucho más profundas, heridas que llevo cargando desde mi infancia.
En ese momento, mientras hablaba con mi terapeuta, entendí algo que no había visto antes. La peluquera que cortó mi cabello recientemente no solo hizo lo que quiso a nivel técnico, sino que, inconscientemente, actuó como un reflejo de mis heridas pasadas. Vi con claridad cómo esa experiencia conectaba con aquel episodio de mi infancia, cuando mi padre, sin que yo lo supiera, me llevó a cortarme el cabello donde su amante, manipulándome con la ilusión de algo emocionante, mientras cumplía su propio deseo de verla.

También comprendí cómo mi madre, al recibirme en casa con insultos y críticas sobre mi corte, no solo desmoronó mi alegría, sino que reforzó una creencia profunda que venía desde los cinco años: mi cabello era el lugar donde se materializaba mi identidad, mi seguridad, mi autoestima, y hasta mi nutrición emocional. Esa conexión estaba cargada de dolor, porque durante mi infancia, mi mamá usó mi cabello como un canal para castigarme y humillarme, volcando platos de comida sobre mi cabeza y haciéndome sentir que no valía si no cumplía sus expectativas.
Pero en ese espacio de terapia también se abrió una puerta hacia algo más poderoso. Vi a mi niña de cinco años, confundida, tratando de entender por qué la lastimaban. Vi a mi niña de nueve años, llena de ilusión por su corte de cabello, solo para ser criticada hasta sentirse fea e insegura. Y desde mi lugar de adulta, me emocioné profundamente al darme cuenta de que ahora yo puedo protegerlas. Ahora yo puedo abrazar a esas niñas y decirles: “Nadie va a volver a humillarlas ni a lastimarlas.”

Sentí un nudo en la garganta al imaginarme diciendo a esa niña de nueve años que su corte de cabello era perfecto si a ella le gustaba, que su felicidad es lo único que importa. Que ya no está mamá ni papá para imponerme qué hacer o qué no hacer. Hoy, como adulta, soy libre de tomar mis propias decisiones, sin miedo al juicio de otros.
Con esa claridad, decidí cerrar este ciclo. Fui por tercera vez a la peluquería, pero esta vez no solo buscaba un cambio estético, sino también uno de alma. Me hice un corte transformador, uno que marcara un nuevo comienzo.

Aquí estoy, con mi nuevo corte. Esta soy yo, reconciliada con mi pasado, abrazando a las niñas que fui, y celebrando la mujer que soy hoy.
Y esto me deja reflexionando profundamente porque la vida, como me ha demostrado tantas veces, no opera al azar. Todo lo que sucede tiene un propósito, una causa que genera un efecto, y esta experiencia con mi cabello no fue la excepción.

Cuando hice las paces con mi cabello, no solo cerré ciclos con las heridas del pasado, sino que tomé un compromiso conmigo misma: dejar de ser leal a las expectativas de otros y ser leal a mi propia verdad. Al hablarle a mi niña de 5 años, le dije con lágrimas en los ojos que nunca más nadie iba a humillarla ni a lastimarla. Y a mi niña de 9 años, que estaba llena de ilusión por su corte, le aseguré que no importaba lo que dijeran otros; su felicidad era lo único que valía.
 
Mientras el peluquero cortaba mi cabello, sentí que estaba dejando atrás algo más que un estilo viejo. Era como si, con cada mechón que caía, me desprendiera del peso de las expectativas y juicios que me habían marcado durante tantos años. Me sentía segura, contenta, reafirmando que ya no necesito que mamá o papá definan mi autoestima, mi seguridad o mi confianza. Ese día, fui leal a mí misma, y eso fue profundamente liberador.
Este proceso también me hizo reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos en nuestras vocaciones y oficios. No hay nada más valioso que la sinceridad. Si no sabemos hacer algo, debemos tener la humildad de decirlo. Porque cuando alguien confía en nosotros, nos entrega algo muy valioso: su vulnerabilidad. Si una persona llega a mí para una limpieza energética o una lectura de tarot y me doy cuenta de que no puedo ayudarla, prefiero decirlo y derivarla con alguien que sí pueda. Sé lo importante que es ofrecer una guía adecuada, porque esa persona está confiando en mí para sanar o resolver algo que necesita.
Y como dije, la vida es redonda, y ese día no terminó allí. Salí de la peluquería sintiéndome renovada, pero la experiencia me tenía preparada otra lección. Al salir, la vida me puso frente a una situación que reafirmó lo que acababa de aprender. ¿Te cuento?
 
Fui a una tienda a comprar algunos productos para mantener el peinado que el peluquero me enseñó a cómo peinarme este corte. Llegué a la tienda, la vendedora me comenzó a atender y, de repente, entró un chico que parecía ser peluquero por su vestimenta. La vendedora continuó con su tarea, mientras él se acercaba. De pronto, sin pedir permiso, suelta: “ese corte está mal hecho”.
En ese instante, me sentí como si mi mamá estuviera encarnada en ese hombre. Yo, recién salida de la peluquería, radiante y contenta con mi corte, escucho esa crítica. Y lo primero que pensé fue: la vida me sigue poniendo a prueba para ver cuán segura estoy de mí misma, para ver cómo sigo gestionando mi autoestima.
Lo miré y le respondí: “No, no está mal hecho. Acordé con el peluquero cómo cortarme el cabello, porque tengo el pelo muy liso y necesitaba darle un movimiento distinto. A mí me gusta y siento que me queda bien”. Pero él insistió: “No, tu corte está muy mal hecho”.
Fue en ese momento cuando, después de 30 años, me di cuenta que por fin estaba lista para poner límites. Le dije que su comentario me parecía innecesario y mal intencionado, ya que no le había pedido su opinión. Fue como si, por fin, después de todo este tiempo, yo misma me estuviera defendiendo.
 
Y quiero dejarles algo claro, mujeres: la vida constantemente nos va a poner a prueba para ver cómo nos estamos relacionando con nosotras mismas, para saber cuán capaces somos de poner límites. Ya no estamos en la niñez, ahora somos adultas, y tenemos el derecho de decidir qué nos afecta y qué no. ¡Nunca olviden lo poderosas que son!
Esto me deja reflexionando profundamente porque la vida, como me ha demostrado tantas veces, no opera al azar. Todo lo que sucede tiene un propósito, una causa que genera un efecto, y esta experiencia con mi cabello no fue la excepción.

Este proceso también me hizo reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos en nuestras vocaciones y oficios. No hay nada más valioso que la sinceridad. Si no sabemos hacer algo, debemos tener la humildad de decirlo. Porque cuando alguien confía en nosotros, nos entrega algo muy valioso: su vulnerabilidad. Si una persona llega a mí para una limpieza energética o una lectura de tarot y me doy cuenta de que no puedo ayudarla, prefiero decirlo y derivarla con alguien que sí pueda. Sé lo importante que es ofrecer una guía adecuada, porque esa persona está confiando en mí para sanar o resolver algo que necesita.

Y aquí quiero hacerte una pregunta: 
 

¿Te ha pasado que en algún episodio de adulta encuentras respuestas a traumas de tu infancia que hoy te toca resolver? 

Te mando un abrazo de alma a alma y me encantaría poder leerte.

Más abajo deja tu comentario si quieres, me encantará leerte

 

9 comentarios en “3 corte de pelo para sanar heridas”

  1. Ame la felicidad de tu corte de niñez y terminé llorando con tu relato de tu nuevo Corte Qué Ame ❤️????y a la tu pregunta Si me a pasado en varias ocasiones

    1. la felicidad de mi niña a los 9, la volvía sentir y continuo con esa alegría cada mañana que me veo al espejo y me siento plena con mi elección del corte de pelo.
      ha sido una sabia decisión y trajo una gran revelación para mi ser interior.
      GRACIAS MARCE POR ESTAR AQUI COMPARTIENDO CONMIGO MIS PALABRAS, EMOCIONARNOS Y ACOMPAÑARNOS.
      ABRAZOS A TU ALMA

  2. Que rico tu corte! Se ve fresco, te ves preciosa y radiante lo amo ❤️

    Respecto a la pregunta constantemente me topo con situaciones, pero las analizo al tiempo después y me cae la ficha y termino diciendo: “aaaah por eso era entonces!”

    1. yeiiii!
      también me siento fresca y renovada, kilos me saqué! jejejeje
      Lo importante es estar más atentas a las situaciones, para comprender el para que nos pasa y lo vivimos, así resolverlo y crecer.
      te dejo muchas cariños y mil gracias por leerme y compartirte aquí en el blog
      amo!

  3. muchas gracias Ro por compartir tu historia, que potente son las palabras.
    te vez hermosa y me alegro mucho que puedas defender a tu pequeña niña ya siendo una adulta.
    yo también lo estoy aprendiendo a veces con miedo por lo hago y es un trabajo súper difícil, pero ahora es el momento.
    te abrazo enormemente.

    1. hola Lore!
      Trabajar en nosotras para hacernos valer, es parte no es fácil, sin embargo, si lo hacemos sostenidas y acompañadas es más cálido,
      disfruto leerte y saber que es tu momento, el ahora! la verdad que siempre es buen momento para escucharnos, atendernos y seguir creciendo.
      Así tenemos mejores relaciones con nuestro entorno y para con nosotras mismas.
      te abrazo super fuerte también y gracias por estar aquí.

    1. Hola Teresa, gusto en saludarte.
      Lo veo como una maravillosa oportunidad a estar liviana más que tremendo, cuando somos niños no comprendemos los actos de los adultos, más que solo ser niños.
      Y hoy como adulta puedo resolver buscar y sentirme bien con mis propias herramientas que mis padres no tuvieron.

      Por eso quise compartir mi relato, para que otras mujeres vean que todo trae una hermosa resolución y sanación alma.
      Gracias por ver que me quedó precioso el corte, me siento fabulosa de liviana.

      Cariños Tere

  4. Hay Abrazo del Alma

    Me encanta la colección con la historia y el único compromiso protegernos de todo los seres maestra hermosa gracias gracias te abras o mucho todo esta relacionado y el universo habla <3

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